La actual provincia de la Compañía de Jesús cumple dos años

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Hace dos años que cinco provincias jesuíticas se integraron, formando la actual provincia de España. Quizás es un buen momento para apuntar por dónde debería ir un examen ignaciano. No para desplegarlo en su totalidad, pues con la complejidad de instituciones, ciudades, personas y situaciones que tenemos, no es fácil. Pero sí, al menos, para abrir boca y proponer lo que, quizás, cada uno en lo que nos toca, jesuitas, comunidades, y colaboradores laicos… podemos ir haciendo.

Lo primero de todo, agradecer el enorme esfuerzo. No era fácil. Y no lo es. Romper con inercias, asumir que no todas las tradiciones pueden mantenerse del mismo modo. Vencer la tentación del “aquí siempre se ha hecho así”. No era fácil una integración de formas de funcionar que, por la diferente evolución seguida en distintas provincias, implicaba ajustes, y en muchos casos verdaderos quebraderos de cabeza. Pero no ha pesado la dificultad, sino la disposición y la disponibilidad. Y por eso, hemos de dar gracias. En general, y en particular. En general, a todos, porque esto va avanzando. En particular, a las muchas personas que, por su dedicación concreta, su destino particular o su implicación personal, están contribuyendo a que esto marche. Momentos de especial relevancia en estos dos años son la primera Congregación Provincial, o el Encuentro de Provincia que nos llevó a reflexionar sobre fronteras, fe e identidad. Pero también muchos otros momentos que tal vez no pasarán a los anales de nuestra historia, ni se recogerán en actas y memorias, pero que es donde de verdad nos jugamos todo: incontables reuniones, conversaciones, búsquedas en común… Hay mucho que agradecer.

También hay que reconocer que no siempre estamos a la altura. Que la misión no siempre es nuestro principal horizonte. Que es bastante probable que en la unión nos hayamos equivocado en cosas. Que haya gente herida, por no haberse sentido implicada. O que hay también quien, por incomprensión, por convicción o por equivocación, pueda enrocarse en actitudes difíciles, de indiferencia, de crítica o de apatía. La pregunta principal que nos debería ayudar a poner luz una y otra vez en los pasos que queremos dar no es si la unión va bien, sino si estamos siendo fieles a la misión. Desde ahí todo irá encajando, pero es bueno pedir perdón a Dios por aquello en lo que no hemos sabido o no estamos sabiendo acertar.

La unión no la hacemos las personas, los equipos, ni las instituciones. Aunque pase por nosotros. La unión forma parte, eso creemos, de la dinámica que el Espíritu suscita en esta etapa de nuestra Iglesia y nuestra Compañía. Vivimos tiempos de cambio. La sociedad no deja de dar vueltas, la Iglesia está cambiando, y la Compañía también se está transformando. El cambio demográfico necesariamente nos llevará a reformular presencias y prioridades. Más aún de lo que ya hemos hecho. ¿Habrá más o menos vocaciones? No lo sabemos. En nuestra mano está trabajar como si todo dependiera de nosotros, pero sabiendo que todo depende de Dios. Y por eso, nos toca pedirle muchas cosas: generosidad para hacer real el “todo” que tan bien articula la oración ignaciana del Tomad, Señor. Lucidez y disposición para afrontar los discernimientos pendientes. Caridad para crecer como amigos en el Señor. Visión para compartir la misión con tantas personas y tantos carismas. Sensibilidad para sentirnos urgidos por las heridas y las urgencias de nuestro mundo y  nuestra sociedad, especialmente por la situación de las personas más vulnerables. Y fe profunda para ponerlo todo en sus manos.

Y mañana, ¿qué? O, pensando en el largo plazo, ¿qué nos espera en los próximos años? Tenemos mucho camino por recorrer. Hay que seguir definiendo prioridades. Hay que seguir articulando el modo de funcionamiento de las PAL, y descubriendo sus posibilidades y sus límites. Hay que seguir haciendo que los sectores ayuden a que quien comparte misión aproveche y enriquezca la experiencia de los otros. Tenemos que encontrar respuestas suficientes para todos aquellos lugares en los que nuestra presencia cada vez se hace más difícil.

Ojalá nos conozcamos más, para que nos queramos más y juntos, sigamos a quien nos ha convocado, construyendo su reino y trabajando por su justicia. De eso se trata. AMDG

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